Despues de la lluvia todos son empiristas y todos somos rotos.
Bajo el titulo de la impureza ritual, el pensamiento religioso engloba todo un conjunto de fenómenos, disparatados y absurdos en la perspectiva científica-moderna, pero cuya realidad y cuyas semejanzas aparecen por poco que se las distribuyan en torno a la violencia esencial que ofrece la materia principal y el fundamento último de todo el sistema.
Es de especial relevancia el papel ejercido del ritual como experiencia viviente respecto a la violencia acontecida entre los primitivos. Describe, configura y construye un imaginario colectivo concerniente a la labor narrativa de la violencia.
El ritual tiene la función de purificar la violencia, es decir, de engañarla y disiparla sobre unas victimas que no corren el peligro de ser vengadas.
Sin embargo, la violencia como tal, una especie de artificio psicológico que, a veces, muestra un rostro afable ante las situaciones límites que afectan a los seres humanos, convierte su existencia en un entramado de imprevistos conductuales, en otras, muestra su cara siniestra y sanguinaria en lo conducente a narrar el desarrollo narrativo de lo sagrado.
Los rituales, su latente propensión a la tensa calma y la dimensión simbólica de lo sagrado provocan un cambio de mirada por parte de los primitivos sobre la violencia.
Así, pues, por ejemplo, la impureza ritual está presente en todas partes donde se pueda temer violencia.
También imprime un valor de verdad, consistencia entre sus miembros y sus mediaciones con la divinidad, los sacrificios rituales durante el desarrollo de la violencia como principio de narración con la realidad histórica que le toco vivir.
Por ejemplo, la sangre. Denotó una inclinación hacia la distinción entre violencia pura y violencia impura. Cualquier sangre derramada al margen de los sacrificios rituales, en un accidente, por ejemplo, o en acto de violencia, es impura.
Cualquier impureza se reduce, a fin de cuentas, a un único e idéntico peligro, a la instalación de la violencia interminable en el seno de la comunidad.
Si acontece esa situación, la impureza de la violencia ejerce con total deliberación narrativa su labor adocenada, a saber, destruir el orden existente en la polis, convertir a sus propios rituales en meros sucedáneos para corromper el carácter de lo sagrado.
Juego paradójico de la violencia al acceder únicamente en este juego a través de la sangre o de otros objetos simbólicos del mismo tipo, lo religioso aprehende imperfectamente pero jamás lo elimina del todo, a diferencia del pensamiento moderno tan prodigo siempre en fantasías como en poesía, delante de los grandes datos de la vida religiosa primitiva, pues jamás llega a descubrir nada real .